martes, 17 de mayo de 2011

Liz no debió morir


Francisco Cuamea

Texto publicado en el semanario Ríodoce (riodoce.com.mx) edición 15-21 de mayo.


Liz estaba decidida a estudiar criminalística, pero murió asesinada el día que su madre le prometió todo el apoyo para que cumpliera su sueño. Tenía 19 años.

—¿De verdad eso quieres? —preguntó Marbella, su mamá.
—Sí, eso quiero.

—Ok, si tengo que juntar botes para vender, para apoyarte, yo te voy a apoyar.

La estudiante del tercero de preparatoria del Cobaes 23 saltó de gusto, pues planeaba ir a Mazatlán para informarse sobre las licenciaturas de criminalística que se ofertan en el puerto.

Horas más tarde su cuerpo se desangraba perforado por las balas.

Una joven decidida

Morena, ojos verdes, esbelta, Reina Lizbeth Félix Nevárez a nadie negaba el saludo. Ganó la banda de Señorita Simpatía en el concurso de belleza de la prepa.

Cristiana Evangélica, como su familia, le echaba ganas. Era persistente y decidida. Hija de un operador de maquinaria y una empleada doméstica, trabajaba y estudiaba.

Fue cajera en un restaurante de comida china; telefonista de una tienda departamental; vendió cevichurros y ayudó a su mamá cuando vendieron cena en su casa por una temporada.

No tenía novio.

“Los novios estorban, quiero estudiar y salir adelante”, solía decir.

En noviembre de 2009, Liz, como le decían, hacía su servicio social en Tránsito.

Inspirada por la detective Olivia Benson, personaje principal de la serie televisiva La Ley y el Orden, Unidad de Víctimas Especiales, quería estudiar criminalística. Pero si no podía, su segunda opción era ser agente vial.

Marbella narra los últimos momentos de su hija, desde la sala comedor de una casa en obra negra y enclavada a media loma, entre calles sin pavimento.

Empleada doméstica, cuenta con apenas 39 años. Se le nota un carácter alegre y optimista ante la vida, pero el recordar la tragedia de su hija se le mojan los ojos y se tensa su gruesa piel morena.

“Le decíamos, ‘hija, eso es muy peligroso’”, recuerda su mamá.

“Mami, es que todo es peligroso, a donde vayas hay peligro”.

El 27 de noviembre de 2009, el día en que murió, Marbella y Liz compartieron mensajes de texto vía celular.

A las 14:00 horas:

“¿Qué hiciste de comer?”, preguntó la joven.

“Nada, estoy trabajando”, respondió la madre, que en esos momentos apoyaba en un negocio de sus sobrinos.

“Ya salí de la escuela, pero voy al trabajo social. Me voy derecho a Tránsito. Al ratito nos vemos”.

17:00 horas:

“¿Mami, ya llegaste?”.

“No, voy a salir tarde, como a las 9 (de la noche)”.

“Ok, ya iba para la casa pero me voy a regresar (a Tránsito), me llamaron porque una secretaria no llegó a trabajar.

Marbella llegó a casa antes, a las 8:30 de la noche y su esposo preguntó por Liz. Ninguno de los dos tenía conocimiento de su paradero.

La joven madre marcaba y marcaba al celular de su hija, pero solamente respondía el frío y hueco buzón. Se echó a llorar, preocupada.

“Era ilógico para mí que ella apagara el teléfono”, cuenta.

—Algo no anda bien, le dijo a su marido.
—Ya acuéstate, respondió él.

Aunque no quería, el sueño la venció.

A la media noche, entre la penumbra de calles sin alumbrado público, surgió una silueta, se acercó a la casa y tocó la puerta.

Era el presagio de malas noticias.

Liz ha muerto

Marbella despertó sobresaltada cuando oyó que tocaron la puerta. Era un amigo de Liz y llevaba las intenciones de saber si los papás sabían de su muerte.

Había sido ubicado por los agentes investigadores a través del celular de la joven.

“Pasó un accidente en Navolato y parece que una de las personas heridas es la Reina”, sondeó.

Rápido llamó a su esposo, quien de un salto pasó de la recámara a la puerta de la casa.

En eso estaban cuando llegó un vehículo de la funeraria. Llevaba la misión de confirmar el nombre de Reina Lizbeth, pues no tenían preciso el dato.

Nada más bajó el conductor y Marbella, alterada, dándose cuenta de lo que venía, lo agarró del cuello.

“¿Qué pasó? Dime”, gritó más que como orden, como una súplica desesperada.

Lo que escuchó le arrancó la mitad de su corazón.

A las 8 de la noche de ese 27 de noviembre de 2009, un grupo armado disparó contra una camioneta Mitsubishi que circulaba a la altura de Bachoco, Navolato.

Las ráfagas expulsaron al menos 60 balas de cuerno de chivo, de acuerdo con los reportes de prensa. Los disparos acabaron con la vida del conductor de la unidad y con los 19 años y sueños de Liz, quien viajaba al costado.

La puerta de la camioneta quedó abierta. La mitad de su cuerpo quedó colgada del cinturón de seguridad. Su cabello, que apenas unos minutos posaba sobre su moreno rostro y ojos verdes, casi rozaba el suelo. Muerto.

“Yo sé que la muerte no era para ella, estoy cien por ciento segura”, exclama ahora la madre, una de las tantas que están de luto en Sinaloa y México.

“También estoy consciente de que tenemos un tiempo en esta vida. A lo mejor era su tiempo”, expresa intentando una resignación cristiana que parece no lograr.

A un año y seis meses, la familia de Liz no sabe qué fue lo que pasó ni qué hacía la joven en esa camioneta ni cómo fue a dar a Bachoco. Marbella asegura desconocer a quien conducía la camioneta, pero afirma que si hubiera sido su amigo, ella lo hubiera conocido.

Los periódicos reportaron que en la caja de la unidad se hallaron botes de cerveza, un refrigerador y un par de abanicos. También se habla de que en la parte de atrás venía una pareja que alcanzó a huir.

Del por qué, nada. De los culpables, menos.

Con la marca de la casa: la impunidad

Liz cuidaba de su abuela Chelo después de que sufrió una embolia cerebral.

La atendía, la bañaba, la alimentaba.

Pasaron los días y comenzó a extrañarla.

“¿Dónde está?”, preguntaba por esa joven vigorosa.

La abuela murió tres meses después que Reina Lizbeth.

“Le entró tristeza, ya no quiso comer, y se fue”, dice Marbella.

La familia de la estudiante del Cobaes 23, ubicado en Barrancos, carga ahora con la doble pena de su muerte y de la impunidad del caso.

Ignoran por completo los móviles del crimen, los culpables y los avances, si es que hay, en la Procuraduría General de Justicia del Estado.

Tampoco se le ofreció acogerse a la Ley de Protección para Víctimas del Delito, cuyos beneficios debe enterar el Ministerio Público a los afectados.

Por lo tanto, la familia de Liz, ni sus papás ni sus dos hermanas, recibieron el apoyo funerario ni la atención sicológica que les ayude a sobrellevar su tragedia.

“Lo que más quiere uno es que se haga justicia, pero sabemos que el que hace justicia está en el cielo”, dice Marbella.

“Lo único que le pido a Dios es que los perdone, porque yo nunca los voy a perdonar; como madre, a mí me arrancaron la mitad de mi corazón, es algo que no te deja vivir, vives porque sabes que la vida sigue, pero vives ya con el corazón destrozado”.

“Seleccionen bien sus amistades”


Marbella y sus hijas marcharon el 8 de mayo durante las actividades de la Emergencia Nacional, convocada por el poeta Javier Sicilia.

Desde la plazuela de la Álvaro Obregón hasta el Edificio Central de la Universidad Autónoma de Sinaloa, recorrieron las calles del centro de Culiacán, bajo el sol de las 2 de la tarde, sujetando una lona con fotos de Liz y exigiendo justicia.

Pero Marbella no deja de ser madre y, tras la amarga experiencia de su familia, pide la oportunidad de enviar un mensaje a los jóvenes.

“No se confíen tanto en los amigos, seleccionen bien sus amistades, vean quién verdaderamente es su amigo y quién no”, recomienda.

“No confíen, que se cercioren bien, que no se les haga fácil subirse en cualquier carro, porque ahorita las chamacas se deslumbran con un carro. Que no trunquen sus sueños porque la delincuencia está deteniendo los sueños de los jóvenes quitándoles la vida”.

Y al Gobierno le pide que se haga justicia.

“Que no sea un caso perdido más en la historia”.

Liz descansa ahora y lleva consigo su banda de Señorita Simpatía.


Mujeres asesinadas*

Desde 2005 al 28 de abril de este año, 386 mujeres han sido víctimas de homicidio doloso.

Año Mujeres asesinadas
2005 44
2006 34
2007 48
2008 50
2009 69
2010 111
2011** 30
TOTAL 386

* Datos de la Procuraduría General de Justicia del Estado de Sinaloa.
** Hasta el 28 de abril de este año.

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